Tú eres su seguridad


Vas saliendo de un boliche horrible. El ruido era tremendo, todo caretaje, todo plástico, las bebidas de mala calidad. Te habían dicho que había muchas chicas, y era cierto. Pero no te dijeron que, más que ser lindas, estaban súper producidas. Tampoco te dijeron que ninguna te daba bola, y que la que sí, esperaba que tuvieras una coupé, y un celular bien caro. No es que todo fuera malo, en todo caso, sino que ese no es tu ambiente. Para mucha gente está muy bien, y es muy lindo o funcional, pero no para vos. Habrías preferido quedarte en tu casa, sin chica o coupé, pero con tu música y la ropa que te gusta usar. Habrías preferido nunca haber ido, directamente, porque es más difícil salir que no entrar. Los baños son muy lindos, eso sí, y el jabón un fresquísimo olor a sandía. Hay unos decorados muy lindos, y una luces casi hipnóticas. Sabés, aunque mejor no pensar en eso, que cuando salgas habrás perdido la noche.

Vas saliendo, eso decía, y en esa zona que no es ni entrada ni salida, ni adentro ni afuera, metros después —o antes, según se lo mire— de la puerta, te encontrás a un amigo.

Tu amigo viene embalado, contento. Le hablaron de las chicas, de la música, de las luces, de las alfombras, hasta del jabón. Estaba en su casa, te cuenta, tocando la viola, tranquilo, en joguineta, tomando una fresca, pero le hablaron tanto que al final le dio ganas de pegar una minita, bailar un rato, un frote, con suerte ponerla, esa onda. Le hablaron de todo, le vendieron todo el paquete. Lo conocés a tu amigo y sabés que no va a gustarle. Sabés que no es lo suyo, sabés que va a descubrir lo que vos descubriste. Sabés que ese descuento que le dieron en la entrada va a pagarlo caro adentro. Sabés que era mejor la viola y la joguineta en soledad, que las minas que valen la pena (y que te aceptan ir a un telo) no están acá, sabés que si entra va a costarle salir, y que cuando salga, va a haber perdido la noche.

Sabés eso y mucho más, no porque seas un gurú, no porque seas más, no, sólo es que venís de ahí!

Pero lo ves a tu amigo engominado, súper empilchado, embalado, tarjeta en la mano, perfumado, maquinando ya todo lo que va a hacer con todas esas minas, toda una película, contada incluso la guita que le inflama el bolsillo para pagar taxi y telo, más alguna bebida, lo que sea. Lo ves así, ahí, sonriendo, rebosante, y pensás qué hacer.

¿Qué hacer?

Podrías decirle de qué se trata. Considerás contarle de qué se trata. Pero en seguida recordás tantas cosas, y entonces entendés que si le dijeras, entonces sólo lograrías que se enoje con vos. Nada más, porque lo otro no vas a poder evitárselo, porque está decidido a entrar (sacó la entrada mientras hablaba con vos). Está decidido, y aunque habría sido mejor que supiera, aunque tal vez si te hubiera comentado, aunque... no se le puede decir nada. Hay que hacerse el otario, y después, cuando te llame otra noche que esté en joguineta, solo con la viola, y te cuente todo el fato, hacerse el otario, y escuchar. Porque no quiere, en realidad, que le digas nada; quiere que te hagas el otario y le dejes hacer la suya.

Por Tres Monedas © 2009
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