Acordate de este amigo…

Yo tendría catorce, tal vez quince años, no más. Por esos días frecuentaba uno de los tantos geniales recovecos que tenía mi colegio: un taller de arte, en horas extra clase

Yo no sabía, ni en la teoría ni en la práctica, nada de arte. De arte plástico, más bien, principalmente. Tipos que dibujaban y pintaban y hacían cositas con arcilla, y esas cosas. yo no sabía nada. Pero tenía un —otrora— gran amigo que iba, y a mí me gustaba acompañarlo; y el profesor me caía muy bien, también; era una de las pocas personas que yo conocía que no me trataba como diferente, como chico, como tonto, sino que intentaba decir la posta, sin vueltas, como han de decirse las verdades. Era directo, sin vueltas, con un lenguaje tal. Enseñaba arte, de verdad. Era discípulo de otro tipo, un viejo —ese viejo que todos necesitamos en nuestra vida— que había sido enorme, pero se había jubilado. Yo había llegado a conocerlo, pero en mi tierna inocente y estúpida adolescencia, lo había catalogado como un viejo loco que escupía al hablar. Fue sólo recién a partir de su discípulo que pude ver su grandeza. (y hoy, veinte años después, repito a mi manera algunas de sus más simples y básicas, pero fundamentales y geniales, enseñanzas, en mis cursos).

Frecuentaba este taller, entonces, decía, porque era un espacio diferente. Lo más parecido al arte que he visto en mi vida, realmente. Mugre, pintura, pobreza, reciclado todo, puchos, mate, y una radio de mierda que tiraba tangos, a veces blues, también, y a veces jazz, pero mucho tango. El profesor —maestro— enseñaba en cada palabra y cada silencio. Y era un gran pintor, supe muchos años después, cuando él, víctima de una enfermedad degenerativa auto-inmune, de la cual siempre había tenido conocimiento, estaba a punto de abandonarnos

Y un día, en ese taller, entre mates, y bastidores, y puchos, y arte, sonó un tango, y Darío nos dijo, encorvado, como siempre, mirando el fondo del mate de lata, que esa era la pura verdad. Lo miramos. Es la pura verdad, dijo, un día lo van a entender, que este tango es la verdad, la pura verdad, es así, dijo. No sé si entendimos, pero confiamos, y escuchamos, en silencio, la letra. Creo que fue ese día que casi aprendí la letra de memoria.

Hoy, veinte años después, querría decirle a alguien que le importe que este tango te dice la verdad, la pura verdad. Y decirle también que te lo canta una de las mejores voces que ha conocido el tango.

Por Tres Monedas © 2009
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