Del trabajo I: Introducción
Vi muchos posts hoy sobre el día del trabajador, haciendo alusión a su origen o a la realidad de más de un trabajador de hoy en día, o simplemente deseando felicidades. Y algunas cosas adentro de mí empezaron a armar revuelo, el típico desmadres por intentar salir, lograr su lugar, cobrar relevancia. Salir, en una palabra.
Antes de escribir nada, y para evitar tantas líneas de tantos (y por tanto mías) les daré un breve resumen de mi vida laboral. Empecé a “trabajar” a los seis años, aunque eso no era realmente trabajar: me levantaba a las 6 de la mañana para ir a cuidar el puesto de diarios de mi viejo mientras él hacía el reparto. Así seguí unos cuantos años, unos cuatro o cinco calculo, después dejé. A los catorce trabajaba de cadete para un amigo de mi vieja, que me tiraba unos mangos por hacerle los pagos de principio de mes, y alguna otra cosa menor (yo me ocupaba de hacer durar eso lo más posible). A los quince, empecé a trabajar en una empresaria de correspondencia (o como se llame) para la que trabajé por un verano: mis viejos no me dejaron trabajar mientras estudiaba. Con la plata que junté viví algunos meses. A los dieciséis o diecisiete trabajé en una remisería, atendiendo el teléfono: me pagaron creo que cincuenta pesos por los dos meses de trabajo. A los dieciocho me hicieron cortar el pelo cual colimba de poca monta para entrar en las huestes de una empresa multinacional de primera línea del sistema financiero. Un banco, bah. Y ahí me quedé diez años.
Sí, diez años. El año pasado me fui para dedicarme a lo que, creo, es lo mío. Ahora soy profesor de inglés.
Y todo este preámbulo porque vislumbro que muchas de las cosas que voy a decir van ser mal entendidas, y más tarde o más temprano, voy a tener que explicar todo esto. Así que ahí está: no soy un hacendado, ni un acomodado, ni un señor de familia bien, ni un afianzado empresario. No soy de derechas, no ando en política, tiro los papeles en los cestos, no soy racista, y tengo un amigo judío y uno puto. Y también conozco una lesbiana y una prostituta. Y todo esto para empezar algo que me parece que va a ser largo, y como no me gustan los posts largos, mejor corto acá por hoy: Me caen mal los paros docentes.
Antes de escribir nada, y para evitar tantas líneas de tantos (y por tanto mías) les daré un breve resumen de mi vida laboral. Empecé a “trabajar” a los seis años, aunque eso no era realmente trabajar: me levantaba a las 6 de la mañana para ir a cuidar el puesto de diarios de mi viejo mientras él hacía el reparto. Así seguí unos cuantos años, unos cuatro o cinco calculo, después dejé. A los catorce trabajaba de cadete para un amigo de mi vieja, que me tiraba unos mangos por hacerle los pagos de principio de mes, y alguna otra cosa menor (yo me ocupaba de hacer durar eso lo más posible). A los quince, empecé a trabajar en una empresaria de correspondencia (o como se llame) para la que trabajé por un verano: mis viejos no me dejaron trabajar mientras estudiaba. Con la plata que junté viví algunos meses. A los dieciséis o diecisiete trabajé en una remisería, atendiendo el teléfono: me pagaron creo que cincuenta pesos por los dos meses de trabajo. A los dieciocho me hicieron cortar el pelo cual colimba de poca monta para entrar en las huestes de una empresa multinacional de primera línea del sistema financiero. Un banco, bah. Y ahí me quedé diez años.
Sí, diez años. El año pasado me fui para dedicarme a lo que, creo, es lo mío. Ahora soy profesor de inglés.
Y todo este preámbulo porque vislumbro que muchas de las cosas que voy a decir van ser mal entendidas, y más tarde o más temprano, voy a tener que explicar todo esto. Así que ahí está: no soy un hacendado, ni un acomodado, ni un señor de familia bien, ni un afianzado empresario. No soy de derechas, no ando en política, tiro los papeles en los cestos, no soy racista, y tengo un amigo judío y uno puto. Y también conozco una lesbiana y una prostituta. Y todo esto para empezar algo que me parece que va a ser largo, y como no me gustan los posts largos, mejor corto acá por hoy: Me caen mal los paros docentes.
[Continuará]
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