Llegué a sala de profesores un minuto antes de que tocara el timbre del recreo. Estaba vacía, los profes estaban en las aulas. Por eso fui.
Venía de una hora libre, pasaba a buscar unos libros, y me iba. Sobre la mesa, restos de una pastafrola. Buscaba los libros cuando llegó la primera profe. Los había encontrado y revisaba si había adentro unos papeles cuando llegó el primer professor.
¿Cuántas había cuando vos te fuiste, F.?, preguntó la profe. Y, había, dijo F. Había varias, o no? Y, sí, había. La cara de F. decía ¿por qué preguntás?
Cuando salimos pasé por el baño, y antes de ir al aula, volví a buscar un libro, y cuando entro ¡me encuentro a uno de limpieza, comiendo! Cuando me vio medio que se apuró a tragar, y vio que lo miraba y se fue!
F. hizo un gesto de indignación, y dijo alguna minucia al tono. La profe no se contentó: O sea, escuchame! No es tuyo, cómo te lo vas a comer! Mañana dejás un celular, y se te llevan el celular!!
Yo levanté la vista del libro, los miré, primero a ella, después a él, después volví. Empezaba a llegar el malón, de a poco. La profesora dijo alguna otra cosa, en la misma línea, no sé bien qué, yo estaba abrumado.
Tenía hambre, atiné a decir. La profesora me miró. Eh?, dijo. Tenía hambre, dijo yo, no se robó un celular, se comió un pedazo de pastafrola, tenía hambre.
La profesora me miró. Después no dijo nada. Y después lo volvió a mirar a F., que supongo que la miraba. Escuchame, yo no voy al lugar de ellos a comerme su comida!!
Y yo, que tenía que haberme quedado a explicarle qué vergüenza que una docente que (de)forma adolescentes piense de esa manera, y que si supiera lo que gana esa gente, y que si ella nunca tuvo hambre, y que mil cosas, y todo eso que tenía que haber hecho y todo y yo me fui porque me pareció demasiado y no supe qué hacer, y me quedé como un imbécil indignado todo el día, y para colmo, con culpa, porque no dije más y me fui.