En los últimos tiempos me ha tocado estudiar mucho historia. Digo mucho y no mucha, porque no fue tanto el contenido como la cantidad de tiempo que tuve que dedicarle, puesto que el asunto me resulta por demás complicado.

Y uno de los asuntos que siempre me pareció complicado, inasible, difícil de imaginar, fue la vida de las gentes mientras esas cosas pasaban. Esas cosas que hoy vemos como históricamente importantes, incluso decisivas. Y la gente seguía, supongamos, con su vida. Y yo siempre me preguntaba cómo. Cómo hacían, cómo ellos no hacían nada para solucionarlo, cómo podían estar tan lejos, a la vez que tan cerca, y no hacer nada. Cómo podía uno ir a trabajar, o comer, o irse a dormir, mientras todas esas cosas que cuentan los libros, sucedían sin remedio.

Hoy yo tengo una vida, trabajo, estudio, me baño, como, y si puedo duermo. Y hay guerras. Hay los yanquis en Bagdad, hay Israel y nosequién, hay Corea con nosequé misiles, hay discrminación en España, o en Francia, o acá mismo, hay indios que no pueden votar porque les quitan los documentos, hay un golpe de estado (otro) en Honduras, hay un Fidel perpetuo, hay presos en Guantánamo, hay mujeres vistiendo velos, hay chicos trabajando, hay desocupación, hay clases suspendidas, hay gripe porcina, hay…

Parece que, después de todo, no es tan difícil aprender a vivir entre la mierda.