De presos y culpables.

Pasó ya un año y medio desde la tragedia de Cromañón, y el tema sigue, afortunadamente, estando entre nosotros. Cada tanto el tema visita las páginas de los diarios y noticieros, sea porque hay novedades o porque alguien decide que es bueno mantener el tema en la mente de la gente. O sea, por qué no reconocerlo, porque vende. Como sea, el tema está, y ojalá esto sirva para no olvidarnos.
Y yo, como tantos otros, no me olvido. Y no necesito para acordarme que me lo recuerden los agentes de noticias, pero es cierto que estoy expuesto a las noticias. Y cada vez que leo o escucho algo sobre el asunto, un remolino de pensamientos y sensaciones y dudas y certezas se alborota nuevamente dentro de mí. Y entre tantas cosas, termino siempre preguntándome qué será eso que no puedo terminar de comprender pero que hace que el tema cale tan hondo en mí.
Mi vida de recitales, y casi al mismo tiempo de salas de ensayo, empezó hace ya tiempo, a mis 15 otoños. El panorama era bien distinto (y a la vez bien igual) al actual, y yo era un adolescente que salía a descubrirlo. Eso y mucho más. Algunos nombres que para muchos serán nada más que un recuerdo, o ni siquiera eso, son para mí el marco que ayuda a definir toda una adolescencia. Prix D’ami no es una frase en francés, y Dr. Jeckyll no es sólo el hijo pródigo de Stevenson. Así como Juana la Loca no me hace acordar a ningún libro de historia, y Los Brujos no eran señores que vivían en el bosque en busca de muérdago y dientes de ajo, Cemento nunca fue un material de construcción.
Cemento era, como rezaba el slogan acuñado en su décimo cumpleaños, el “templo del rock”. Cemento era "el" lugar para ver rock, era "el" boliche. Cemento era grande, era “cómodo”, tenía toda la onda, y se bancaba esas bandas que en otros lugares no entraban o no eran bienvenidas. Vio pasar desde Los Violadores y Ratos de Porao hasta Leo garcía y Miranda. Cemento fue la cuna, el jardín y/o el trampolín de muchas de las bandas que hoy suenan en las radios y firman contratos millonarios. Y era nuestro, era de todos los que íbamos, de todos los que seguíamos al rock, de los jóvenes rebeldes. Así se sentía, así lo sentíamos nosotros, sinceramente, pero Cemento era también de Chabán. Cemento era Chabán. Y Chabán era otra historia.
Todos los que frecuentábamos Cemento por esos días conocíamos a Chabán. Todos teníamos una idea o una opinión sobre él. Más de una vez lo vimos salir a la puerta a apurarnos para entrar, o a pedirnos que dejáramos libre la calle porque si no “la cana empieza a joder”, o nos dijo que la entrada valía lo que valía, y que no podía “transar”, o nos vendió una cerveza, o se subió al escenario a pedirnos que aplaudiéramos fuerte o que apoyáramos a Cemento, o que no nos agarráramos a las piñas. Todos los músicos lo conocían, y sabían quién era, y tenían sus opiniones, y eran muchos los que le agradecían y se mostraban amigos, y enarbolaban banderas de defensa de ese señor que tanto hacía por el rock. Todos lo conocíamos, y yo en particular pensaba que era un usurero mentiroso e hipócrita que solventaba sus palabras liberales y de pseudo revolución artística con un bolsillo repleto de los billetes que nosotros los pibes le dejábamos, gran parte de los cuáles compraba las porquerías que se tomaba antes de salir a hablar pavadas ante un público que lo abucheaba o se reía o lo insultaba, y le pedía que se fuera a otra parte porque, mal que le pesara, no era a él a quién habíamos ido a ver. Todo eso y mucho más pensaba yo de Chabán, y no le creía nada y no me caía bien. Pasaron muchos años, y tuve mucho tiempo de pensar en esto y en muchas cosas, y de aprender y enterarme de muchas otras. Hoy por hoy Chabán no me cae bien y no le creo nada.
Pero por aquellos días yo no sólo era uno que pagaba entradas a Cemento, sino que también integraba el grupo de los que querían tocar en Cemento. Desgraciadamente mi banda nunca llegó a tanto. De hecho, nuestro público nunca pasó el centenar (y estoy siendo amable con mi ego). Y todas las veces que tocamos lo hicimos en lugares que, descarto, nada conocían de habilitaciones ni matafuegos ni salidas de emergencia, ni habían visto nunca uno de esos carteles verdes tan fashion con la flechita abajo. Y así cómo ellos (los señores que administraban estos lugares y debían saber) no sabían nada ni se preocupaban por estos asuntos, tampoco sabíamos ni nos interesábamos nosotros. Ni tampoco, huelga aclarar, ninguna de las bandas que tocaban aquí o allá. Nos podía haber pasado a cualquiera.
Por aquella época, imposible recordar el año sin recurrir al archivo, un triste suceso tuvo lugar en un recital de Hermética, otra gran banda del momento, hoy extinguida. Un pibe que “poguea” (“baila” sería una traducción acertada para los ignotos), un cable que se desconecta, un charco de agua de la lluvia de ese día, un empujón, un percance, y la mano de Dios: un pibe muere electrocutado. Un milagro, prácticamente. En un recinto lleno de pibes en cuero y transpirados bailando y gritando, el resultado de la tragedia es sólo un muerto.
Y así como este pibe murió, y así como muchos más murieron en Cromañón, así podíamos haber muerto muchos más. Tanto los dueños, como los músicos, como el público, sabíamos que la cosa no andaba bien. Pero así somos, y no nos importaba. No nos importó. Hasta que nos importó. Y ahí nos desesperamos.
Porque una muerte se puede aguantar, y dos también, pero ciento noventa y dos, no; ya es mucho. Entonces salimos corriendo a buscar culpables. Y no encontramos. No estaba tan fácil. Y sucumbimos a la presión, y nos equivocamos, pero quedamos conformes por un rato. Y cortamos el hilo, obviamente y como siempre, por lo más delgado. Y sumamos dos más dos y redondeamos a nuestro favor, y metimos preso a uno: perdió Chabán.
Entonces Chabán, que tan responsable es como todos (TODOS) los que algo tuvieron que ver en el asunto (y es tan larga la lista que no puede ni nombrarse), está en cana. Y quiero ser claro y no esgrimir sutilezas: Chabán es uno de los principales responsables de la tragedia, pero no es el único. Chabán tiene que estar preso, pero no es el único. O tal vez nadie deba estar preso, no sé, no conozco bien los vericuetos legales que pueden encontrarse a veces. Pero sí sé que el trato diferencial que recibe Chabán, tanto sea para mal, como cuando pasa las horas en un calabozo mientras Callejeros toca en un teatro, como para bien, cuando recibe una celda aislada, una heladera, y la luz encendida de noche para evitar el suicidio, no es merecido.
Hoy cuando veo eso, y pienso en todos los que murieron y en todos los que podrían haber muerto, y cuando pienso en los padres de las víctimas, y en el resto de los músicos, y en el público, en todos los públicos, y cuando pienso en la justicia que todos queremos, me doy cuenta que no estamos siendo justos, y que ni siquiera estamos en busca de esa justicia, sino que estamos simplemente mirando por el agujero que nos hicieron en la venda, en busca de limpiar nuestras conciencias y calmar las aguas. Y nos quedamos contentos porque Chabán está preso, mientras todos los demás hacen de las suyas, las que siempre hicieron, con total libertad.

Por Tres Monedas © 2009
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